domingo, 13 de febrero de 2011

Las habas de mi suegro

Tiene mi querido suegro una parcela donde, para gusto de todos sus familiares, cultiva frutas y verduras, además de criar gallinas y conejos. Eso nos permite disponer de ingredientes de primera para preparar desde un estimulante zumo de naranja matutino hasta un sabroso guiso de conejo con su buena ensalada de acompañamiento, directamente de la mata al plato. Así que para nosotros es todo un lujo tanto gastronómico como familiar, puesto que no sólo nos da la excusa perfecta para juntarnos a comer al aire libre en un entorno natural, sino que hace que las más pequeñas de la familia, mis sobrinas y mis hijas, disfruten como nadie correteando entre los árboles y viendo a los animales.

De la última vez que nos dejamos caer por allí nos trajimos, además de un buen puñado de buenos ratos, una buena cantidad de habas recién cogidas de sus matas. El problema es que pasaban los días y no encontraba momento para despacharlas. Así que buscando inspiración en la clásica "Gran Enciclopedia de la Cocina" (Carlos Santi y Rosino Brera, 1969) y tomando como referencia la forma en las que las prepara mi madre y dejándome guiar por mi intuición de cocinillas, desgrané las vainas para cocinarlas como a continuación detallo.


Ingredientes

  • Habas (como para dos personas)
  • Pastilla de caldo de pollo
  • Aceite
  • Sal
  • Perejil
  • Vino blanco
  • Unos trozoz de salchichón ibérico y/o fuet
  • 1/2 cebolla



Preparación

  1. Pochar la cebolla en un poco de aceite, añadiendo las habas desgranadas cuando empiecen a transparentarse.
  2. Añadir un pastilla de caldo, convenientemente desmigada, así como una buena cantidad de perejil.
  3. Remover brevemente los ingredientes y añadir, al gusto, el embutido en taquitos.
  4. Agregar a partes iguales vino blanco y agua para que cubra el contenido.
  5. Tapar la sartén y dejar que se cocinen las habas a fuego medio, removiendo cuando se considere oportuno, hasta que las habas estén tiernas. 


Lo idóneo es servir el plato caliente y queda de lo más aparente en una rústica cazuelita de barro. Así se lo presenté a mi mujer, mi más benevolente juez, y quedó encantada. Y es que la cocina, con amor, sabe mucho mejor.

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